Reseña: Una severa estatua en una plaza, el piadoso
vitral de una iglesia, la simpática efeméride en la
portada de una revista infantil representan objetos
portadores de significado social, diseñados para
transmitir una determinada impronta donde el pasado se
temporaliza en un presente épico, perpetuo e inamovible.
Desde lo alto del pedestal, el héroe nos asegura que las
cosas sucedieron así y no de otra manera, aunque el
proceso recordatorio puesto en escena tergiverse el hecho
que representa. El patrimonio conmemorativo tiene como
misión didáctica naturalizar un relato convincente e
imponer una determinada visión política para glorificar a
las elites dominantes, que diseminan estereotipos
adecuados a sus intereses, mientras ocultan los
prontuarios correspondientes de ciertos personajes
encumbrados en pedestales de mármol de Carrara. El arte
conmemorativo puede tener mil calificaciones, la única
que no le cabe es la de inocencia. El autor desenmascara,
con su agudo análisis y en un estilo ameno, esta sutil
operación simbólica que falsea la realidad mediante un
discurso verosímil que nos condena a ser pensados con
categorías mentales opresoras.